Yacimos en el abismo y observamos lo profundo...


He sepultado a mi amor en una verde tumba,
hundido en el helecho profundo,
dos halcones volaron arriba ahí,
uno chocó con el otro fuertemente,
y gotas rojas cayeron,
y gotas rojas cayeron.

Hasta que el velo caiga,
hasta que el silencio quiebre,
permanece a mi lado,
por favor no me despiertes.
Hasta que el invierno pase,
hasta que el día claree,
permance a mi lado,
Por favor no me despiertes.
Permance a mi lado
Por favor no me despiertes.

Encontré a mi amor la noche siguiente,
entre los animales del bosque despertó,
dos halcones nos guiaron entre sueños,
Y nos arrebataron de estas profundidades.

Hasta que el velo caiga,
hasta que el silencio rompa,
permanece a mi lado,
por favor no me despiertes.
Hasta que el invierno pase,
hasta que el día empiece,
permance a mi lado,
Por favor no me despiertes,
permanece a mi lado,
por favor no me despiertes,

Hemos permanecido unidos hasta el final de la noche,
hemos sido los mismos espíritus que invocamos,
yacimos en el abismo y observamos lo profundo,
pero las profundidades ya no pueden sujetarnos más.

Hasta que el velo caiga,
hasta que el invierno pase,
hasta que el silencio quiebre,
permanece a mi lado.
Hasta que el velo caiga,
hasta que el invierno pase,
hasta que el silencio cese,
permanece a mi lado.
Hasta que el velo caiga,
hasta que el invierno pase,
hasta que el silencio quiebre,
permanece a mi lado,
Por favor no me despiertes.
Shilda Albert, una de las solistas del grupo The Harlem Jubylee Singers, que el sábado por la noche pusieron literalmente a hervir la Alhóndiga de Granaditas con un programa formidable de gospel, spirituals, el rhythym and blues primitivo y pasajes de la ópera Porgy and Bess, de Gerhswin. La lluvia elevó las cosas a la condición de hervor. la cantante, quien posee un registro de contralto profunda impresionante, terminó el concierto en trance, entró en éxtasis ante el delirio del públicoFoto Pablo Espinosa

Fabiola Palapa y Pablo Espinosa
Enviados
Periódico La JornadaMartes 27 de octubre de 2009, p. 5


Guanajuato, Gto., 26 de octubre. Quince cantantes entonan gospel, spirituals, pasajes de la ópera Porgy and Bess, de Gershwin, temas del rhythym and blues primitivo, jazz profundo.
Son los integrantes de The Harlem Jubylee Singers, herederos y continuadores de una música ritual que ha dado nacimiento por igual a otros géneros musicales que a una genealogía fascinante, acunada en el entrecruce de lo litúrgico y lo tribal, el dejo melancólico y las atmósferas de las novelas de William Faulkner.
Dirigidos por el maestro Gregory Hopkins, pianista, tenor con experiencia operística e hijo de una cantante de iglesia en Harlem, los integrantes de este coro ya legendario se plantaron frente a una multitud entusiasmada que colmó la Alhóndiga de Granaditas y a los pocos minutos puso literalmente a hervir la Albóndiga (nombre cariñoso y cervantinísimo de la Alhóndiga) en un caldo de cultivo donde por supuesto, y para propiciar mejor el punto de cocción, la lluvia no podía faltar. Y no faltó.
La deserción debida al baño inesperado fue mínima. La mayoría del público se quedó a formar humito, vapor desde sus epidermis cálidas por la música en contacto con las gotas de lluvia. Desde lo alto de las tribunas incluso se organizaron coros de peticiones, complacencias: amásin gréi, gritaban. aaaaamáaasiiiin gréeeeeeeiiiii, repetían.
¿Amar sin grey? ¿Amar sin gloria? ¿ámanse, güei?, trataban de descifrar los de filas de adelante lo cuasi críptico del mensaje gradas arriba. Amazing grace, comprendieron de inmediato los negroles en el coro y con una sonrisa en los labios se dispusieron a incluir lo que estaba fuera de programa. A petición del público, améisin gréis, tradujo alguien innecesariamente entre los pasillos de piedra de la Albóndiga.
Puente hacia la divinidad
Resultaba enternecedor observar a las cantantes harlemitas, gloriosas e impertérritas, dueñas de tesituras vocales propias de ángeles morenos.
Como la maestra Shilda Albert, quien dejó por un momento la primera fila de cantantes para plantarse frente al micrófono solista en Gonna journey away, un clásico de WC Handy, y lo que salió de su infinita caja torácica estremeció a la multitud entera: notas graves, gravísimas, gravérrimas, gravas rebotando en su garganta antes de salir en frecuencias bajas, bajísimas, bajérrimas. Una voz de contralto profunda como pocas veces se han escuchado en Cuévano.
Esta cantante extraordinaria regresó a ocupar su lugar en la fila. El concierto siguió bajo la lluvia, aunque no cantando bajo la lluvia porque ninguno de los del coro era Gene Kelly ni ninguna de ellas Jean Hagen, además de que cuando llueve en la Albóndiga se mojan todos menos los artistas, como debe ser. El público empapado, ensopado, papa y sopa, sope de papa. Pero sopes sublimados.
Y cómo no, con esa música tan arrebatadora, ese cruce de imposición ideológica, esclavitud, de origen tribal, libertad. El gospel, ese puente hacia la divinidad que hay en los humanos.
Público sope, superior, elevado a la estratósfera con una música de intensidades tales que al final tuvieron que llevarse casi en vilo a la contralto profunda Shilda Albert, quien de tanto cantar como los ángeles había entrado en trance, estallado en éxtasis, internada en las profundidades de una experiencia más que religiosa, luego de cantar notas calcinantes de registro tan bajo que resultó tan alto como las estrellas que solamente Galileo podía observar, porque el logotipo del Cervantino 37, dedicado a ese científico, es un personaje como salido de un óleo de Rufino Tamayo que esgrime un telescopio pero que, lo confirmó días antes en esta misma Albóndiga el gran cronopio Paquito D’Rivera, en realidad pulsa un clarinete, claro y neto.
Ese personaje tamayístico, ese logotipo cervantino, esplende arriba del escenario de la Albóndiga. Y desde ahí, luego de empaparse de lluvia y gospel, Galileo podía observar las estrellas y todos los astros a pesar de las nubes, porque él p’arriba sí sabe mirar, parafraseando a José Alfredo.
Y entonces parecía decir el personaje tamayiano con su telescopio-clarinete desde arriba de la Albóndiga de Granaditas: y sin embargo se mueve.
Y todos se movieron, se conmovieron con una inolvidable liturgia laica de gospel, una sesión espiritista a punta de purititos spirituals. Que sin embargo conmueven.

Divergencias

El amoroso anhelo me sublima (ánjada),
la paciencia me lleva a lo profundo (áthama).
Así estoy entre el monte (Najd) y la ribera (Tihama),
tan divergentes que jamás se encuentran.
En mi ruptura no cabe la armonía (Nizam).
-Ibn Arabi-

La tragedia del egotismo y la fidelidad de los dioses



Yazgo firme sobre estas piedras
aunque el viento sopla fuerte
y arranca la forma de estas ropas.
Albergo las mismas preocupaciones, como siempre,
las tentaciones de huir, o bien rendir a los fantasmas.
Forcejeo con una visión
que alterna oscuridad con tenues luces;
batallo con las palabras por el miedo que producen.
Y Orfeo duerme, permanece muerto al mundo.

Eventualmente la luz solar desciende, mis alas se despliegan enteras.
Hay cierta belleza aquí que no puedo negar,
Y botellas tiradas con mensajes que se han estrellado a mis pies,
¡Tantas personas de las que nunca me preocupé!
Por abajo, entre los restos del naufragio,
una fortaleza de placeres sin arrepentimientos;
los recursos de sobrevivencia tragados todos por la marea.
Pero Orfeo mantiene su promesa y permanece a mi lado.

¡Enséñame, tengo demasiado que aprender!
¡Comprende, estos fuegos no se consumen!
¡Créeme!, cuando esta broma agote su gracia
escucharé a la promesa de Orfeo cantar.

¡Sueña mientras conduzco la barca!
No importa si hay mal tiempo, ya abandoné la esperanza.
Todos los obstáculos que siento en las entrañas
fueron aceite para el fuego, paja para acostarme.
Las voces aún entrañan relatos
sobre las guerras en el cielo y el infierno,
pero me siento seguro ante tan terribles sueños
si Orfeo canta la promesa que traerá mañana.

¡Cuéntame, tengo tanto que escuchar!
¡Comprende, no cesa de arder mi interior!
¡Por favor créeme!, cuando la dicha haya perdido su peso
escucharé de Orfeo la promesa.

Bosquejos Citadinos I

En esta Ciudad llueven mis pasos
filtran los puentes alejados
de los ecos.
Los falsos vestidos de las putas se deslavan
sobre mis pies origami.

La noche deviene premura
¿Quién será testigo de sus viejos principios?
Sucede,
sucede que sólo extiendo los brazos
cual astillas en el viento.

Yelenia Cuervo