Exvoto

A las chicas de flores

Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas de un aleteo de mariposa.
Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda.
Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro de los balcones, para que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de noche, a remolque de sus mamás -empavesadas como fragatas-van a pasearse por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pesones fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas.
Las chicas de Flores, viven en la angustia de que las nalgas se les pudran, como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse de él como un corsé, ya que no tienen el coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo, a todos los que les pasan la vereda.

Buenos Aires, 1920
O.G.

El tiempo perdido

"En un universo donde el éxito consiste en ganar tiempo, pensar no tiene más que un sólo defecto, pero incorregible: hacer perder el tiempo"
J.-F. Lyotard, La posmodernidad (explicada a los niños), trad. E. Lynch, Gedisa, México, 1990, p.47

Plaga y futilidad de la juventud


Algo de lo más aquilatado del Folk británico.

MUERTE SIN FIN (Fragmento)

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirales de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí -ahito- me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo immarcesible
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos de la mar
-más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.
No obstante- oh paradoja- constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.
En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota con gota,
marchito el tropo de espuma en la graganta
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando una sed de hielo justo!
¡Más que vaso -también- más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinde así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!


JOSÉ GOROSTIZA

Preferiría no hacerlo

Figura pulcra, lastimosamente respetable, incorregiblemente desolada ¡Ese era Bartleby!...

¡Qué falta de amistad y qué soledad tan miserables se ponen aquí de manifiesto! Su pobreza es grande, pero su soledad... ¿qué horrible! ... Por primera vez en mi vida me envolvió un sentimiento de melancolía abrumadoramente punzante. Anteriormente, nunca había sentido nada, excepto una tristeza que no me resultaba desagradable, pero en ese momento, el vínculo que me unía a la vulgar humanidad me empujaba irresistiblemente a la depresión. ¡Una melancolía fraternal!... ¿Ay! la felicidad busca la luz y por eso creemos en la distancia que todo el mundo es feliz. Sin embargo, el sufrimiento se oculta en la distancia, motivo por el cual pensamos que el sufrimiento no existe...

en la misma proporción en la que la tristeza por Bartleby crecía cada vez más en mi imaginación, aquella misma melancolía se convertía en miedo y la pena en repulsión...

lo hice frente y lo ahuyenté. ¿Cómo? Vaya, simplemente recordando un mandamiento divino: "Amaos los unos a los otros". Sí, eso fue lo que me salvó...

Bartleby había trabajado como subalterno en la sección de "Cartas no reclamadas" de la Oficina de Correos de Washington, de la que lo habían despedido de repente por un cambio de administración... ¿existe otro trabajo más adecuado para acrecentar esta desesperanza que el de manipular continuamente esas cartas no reclamadas y clasificarlas para destruirlas en las llamas? Porque las queman a montones cada año. Alguna vez, entre el papel doblado, el pálido empleado encuentra un anillo -el dedo al que iba dirigido quizá esté descomponiéndose ya en su tumba- ... buenas nuevas para los que asfixiados por las continuas calamidades, fallecieron ya. Portadoras de mensajes de vida, estas cartas se precipitan a la muerte. ¡Ay Bartleby! ¡Ay humanidad!

Fragmentos de Bartleby, el escribiente, de Herman Melville (trad. Ma. José Chuliá García, Nóridca libros, Madrid, 2007)