Foto: Uriel Anel (Koriel)
El domingo por la mañana el timbre del teléfono me regresó a la vigilia. Del otro lado escuché una voz llena de optimismo:
-Asómate a la ventana y mira el cielo. Hace años que no se veía un día así en la ciudad de México, se ven los volcanes, un espectáculo imponente.
Colgué y me volví a dormir murmurando blasfemias. Más tarde, a una hora decente, subí a la azotea y miré el cielo. En efecto el viento había disipado el esmog descubriendo azules inverosímiles en el cielo del Distrito Federal, la nubes separadas por el aire se alejaban en el horizonte. Me puse cursi: este es el mismo cielo que vio Alejandro de Humboldt: "Ciertamente no puede verse espectáculo más rico y variado que el que presenta el valle en una hermosa mañana de verano, estando el cielo claro y con aquel azul turquí propio del aire seco y enrarecido de las altas montañas". Al final, la cursilería siempre recibe un castigo. El estruendo se oyó muy cerca. Los ventarrones tiraron un espectacular sostenido en los alto de un edificio de cuatro pisos. Cuando empiezan los aironazos, ese anuncio de chiles jalapeños se tira al piso dos o tres días y luego lo vuelven a instalar. Todavía no ha matado a nadie. Minutos más tarde se oyó una explosión grande seguida de otra de menor envergadura, entro a la casa asustadísimo y pronuncio una frase definitiva:
-Se fue la luz.
Hemos vuelto al viejo dilema: cielo azul o energía eléctrica. A dos cuadras de la casa, el transformador de un poste de energía eléctrica estalla con los ventarrones. Humboldt no tuvo esa disyuntiva porque no había luz en la Nueva España, se alumbraban con teas. Dejo en paz al cielo y a los volcanes y miro a los postes, una red de cables enredados, una telaraña incomprensible. La ciudad nunca llegó a los conductos subterráneos. Bien visto, el alumbrado es un milagro. Empiezan las llamadas telefónicas, compartir desdichas une mucho a las personas:
-¿Tienen luz?
-No tenemos.
-¿Qué hacemos?
-Comprar velas. Va para largo.
-Habla a Luz y Fuerza y diles que manden un camión.
Sigo el consejo. Una grabación: "Bienvenidos a Luz y Fuerza del Centro. Si deseas reportar algún problema con el suministro de energía eléctrica marca uno. Si requieres información sobre tu recibo o de algún otro aspecto marca dos".
Desde luego tengo muchas preguntas qué hacer acerca del recibo de la luz y me gustaría tratar algunos aspectos relacionados con el alumbrado público, pero de momento la urgencia obliga, marco el uno. Otra grabación: "Si eres el único que no cuenta con energía eléctrica marca uno; si tus vecinos tampoco cuentan con energía eléctrica marca dos". Marco dos y espero. Me sorprendo hablando como empleado de la compañía:
-Señor, de aquí de la calle de Cosalá. Hace dos horas que no tenemos energía eléctrica en un amplio sector de la Condesa.
-Nos estalló un transformador. Va para allá un camión.
Les informo a los interesados con una frase simple y tomo una decisión estúpida:
-Que viene para acá el camión. Voy a la calle a ver si llega.
Camino dos cuadras. Un camión con una escalera y un hombre en la punta reparan el desperfecto en lo alto de un poste de cemento. Los vecinos han recibido a los trabajadores del DF como a héroes cívicos. Les compraron Gansitos y Gatorades. El chofer come pastel y se refresca a grandes sorbos como si hubiera trabajado dos días en el desierto. Desde ahora pienso tener una dotación de gansitos y bebidas hidratantes en casa, para los apagones.
Cuatro horas después del estallido se restableció el fluido eléctrico. Menos mal, pudo ser peor. A las cinco y veinte de la tarde se desata otro ventarrón. Hago changuitos con los dedos índice y anular. No sirvió de nada. Se oye un estruendo seguido de una explosión. Los vecinos gritan que no puede ser, que la mala suerte nos persigue. Repito completa la operación con la voz de la grabadora. El empleado me dice:
-Nos volvió a reventar el transformador. Son los vientos. Va para allá el camión.
Camino por la estancia de la casa con las manos entrelazadas en la espalda como si intentara resolver un grave problema filosófico. Se acerca la noche como una amenaza. A las ocho encendemos las lámparas de apoyo. Se trata de dos cilindros de neón que se conectan a los enchufes de energía y cargan una pila con dos horas de duración. Oro molido en nuestras circunstancias. Las compré en la calle de Victoria y son magníficas para emergencias catastróficas. Pasa el tiempo y el camión no aparece. Ha llegado la hora de las velas. Tenemos muchas, las compré en la tlapalería la tercera vez que estalló el transformador. Traigo de la azotehuela doce botellas de cerveza y encajo las velas. No se ve nada. Aun en situaciones desesperadas hay quien cuida la estética:
-Qué feas se ven esas botellas.
-Recuérdame que la próxima vez compre un candelabro del siglo XVII en la Lagunilla.
Diez treinta de la noche. Hemos perdido toda esperanza. Deambulamos como fantasmas por la casa en tinieblas. Me tropecé tres veces con la misma silla. Todas las pilas se han agotado: el I Pod no funciona, las computadoras se han desvanecido. A las once de la noche la luz regresó de su largo viaje. Sin mucha convicción sugiero un porvenir sencillo:
-Apaguemos las luces y vámonos a dormir porque mañana es lunes.
Crónicas Neuróticas
Rafael Pérez Gay
Periodico el universal
El domingo por la mañana el timbre del teléfono me regresó a la vigilia. Del otro lado escuché una voz llena de optimismo:
-Asómate a la ventana y mira el cielo. Hace años que no se veía un día así en la ciudad de México, se ven los volcanes, un espectáculo imponente.
Colgué y me volví a dormir murmurando blasfemias. Más tarde, a una hora decente, subí a la azotea y miré el cielo. En efecto el viento había disipado el esmog descubriendo azules inverosímiles en el cielo del Distrito Federal, la nubes separadas por el aire se alejaban en el horizonte. Me puse cursi: este es el mismo cielo que vio Alejandro de Humboldt: "Ciertamente no puede verse espectáculo más rico y variado que el que presenta el valle en una hermosa mañana de verano, estando el cielo claro y con aquel azul turquí propio del aire seco y enrarecido de las altas montañas". Al final, la cursilería siempre recibe un castigo. El estruendo se oyó muy cerca. Los ventarrones tiraron un espectacular sostenido en los alto de un edificio de cuatro pisos. Cuando empiezan los aironazos, ese anuncio de chiles jalapeños se tira al piso dos o tres días y luego lo vuelven a instalar. Todavía no ha matado a nadie. Minutos más tarde se oyó una explosión grande seguida de otra de menor envergadura, entro a la casa asustadísimo y pronuncio una frase definitiva:
-Se fue la luz.
Hemos vuelto al viejo dilema: cielo azul o energía eléctrica. A dos cuadras de la casa, el transformador de un poste de energía eléctrica estalla con los ventarrones. Humboldt no tuvo esa disyuntiva porque no había luz en la Nueva España, se alumbraban con teas. Dejo en paz al cielo y a los volcanes y miro a los postes, una red de cables enredados, una telaraña incomprensible. La ciudad nunca llegó a los conductos subterráneos. Bien visto, el alumbrado es un milagro. Empiezan las llamadas telefónicas, compartir desdichas une mucho a las personas:
-¿Tienen luz?
-No tenemos.
-¿Qué hacemos?
-Comprar velas. Va para largo.
-Habla a Luz y Fuerza y diles que manden un camión.
Sigo el consejo. Una grabación: "Bienvenidos a Luz y Fuerza del Centro. Si deseas reportar algún problema con el suministro de energía eléctrica marca uno. Si requieres información sobre tu recibo o de algún otro aspecto marca dos".
Desde luego tengo muchas preguntas qué hacer acerca del recibo de la luz y me gustaría tratar algunos aspectos relacionados con el alumbrado público, pero de momento la urgencia obliga, marco el uno. Otra grabación: "Si eres el único que no cuenta con energía eléctrica marca uno; si tus vecinos tampoco cuentan con energía eléctrica marca dos". Marco dos y espero. Me sorprendo hablando como empleado de la compañía:
-Señor, de aquí de la calle de Cosalá. Hace dos horas que no tenemos energía eléctrica en un amplio sector de la Condesa.
-Nos estalló un transformador. Va para allá un camión.
Les informo a los interesados con una frase simple y tomo una decisión estúpida:
-Que viene para acá el camión. Voy a la calle a ver si llega.
Camino dos cuadras. Un camión con una escalera y un hombre en la punta reparan el desperfecto en lo alto de un poste de cemento. Los vecinos han recibido a los trabajadores del DF como a héroes cívicos. Les compraron Gansitos y Gatorades. El chofer come pastel y se refresca a grandes sorbos como si hubiera trabajado dos días en el desierto. Desde ahora pienso tener una dotación de gansitos y bebidas hidratantes en casa, para los apagones.
Cuatro horas después del estallido se restableció el fluido eléctrico. Menos mal, pudo ser peor. A las cinco y veinte de la tarde se desata otro ventarrón. Hago changuitos con los dedos índice y anular. No sirvió de nada. Se oye un estruendo seguido de una explosión. Los vecinos gritan que no puede ser, que la mala suerte nos persigue. Repito completa la operación con la voz de la grabadora. El empleado me dice:
-Nos volvió a reventar el transformador. Son los vientos. Va para allá el camión.
Camino por la estancia de la casa con las manos entrelazadas en la espalda como si intentara resolver un grave problema filosófico. Se acerca la noche como una amenaza. A las ocho encendemos las lámparas de apoyo. Se trata de dos cilindros de neón que se conectan a los enchufes de energía y cargan una pila con dos horas de duración. Oro molido en nuestras circunstancias. Las compré en la calle de Victoria y son magníficas para emergencias catastróficas. Pasa el tiempo y el camión no aparece. Ha llegado la hora de las velas. Tenemos muchas, las compré en la tlapalería la tercera vez que estalló el transformador. Traigo de la azotehuela doce botellas de cerveza y encajo las velas. No se ve nada. Aun en situaciones desesperadas hay quien cuida la estética:
-Qué feas se ven esas botellas.
-Recuérdame que la próxima vez compre un candelabro del siglo XVII en la Lagunilla.
Diez treinta de la noche. Hemos perdido toda esperanza. Deambulamos como fantasmas por la casa en tinieblas. Me tropecé tres veces con la misma silla. Todas las pilas se han agotado: el I Pod no funciona, las computadoras se han desvanecido. A las once de la noche la luz regresó de su largo viaje. Sin mucha convicción sugiero un porvenir sencillo:
-Apaguemos las luces y vámonos a dormir porque mañana es lunes.
Las crónicas de Pérez Gay a veces son asombrosas (y escabrosas), sin duda una buena pluma que tiene varios fans
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