Nací en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes habían dejado de creer en Dios, por la misma razón en que sus mayores habían creído en él –sin saber por qué. Siendo así, y dado que el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente y no porque piensa, a mayoría de esos jóvenes eligió la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen y no ven sólo la multitud de la que forman parte, sino también los grandes espacios que hay a sus costados. Por eso ni abandoné a Dios tan ampliamente como ellos, ni acepte nunca a la Humanidad. Consideré que Dios, si bien improbable, podría ser y en consecuencia, también ser adorado; pero que la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una resurrección de cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabeza de animales.
Ferando Pessoa, Libro del desasosiego, tr. Santiago Kovadloff, Buenos Aires, Émece, 2000, p. 47
Gracias César!
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