Canto a mi madre o fantasía invernal

Mi madre espera con la mesa puesta

Se escuchan danzar los grillos

Y a los vecinos con parloteos inusuales.

La noche es fresca,

Enciendo un cigarro como ritual.

El humo pernea mi frágil rostro,

En el cerebro se amplían

Los tonos de una melodía insana.

¡He venido a darte las gracias!

La tomo de su mano y lloro entre su pecho flácido

Sus manos se han convertido en flores pútridas

Y sus cabellos en melancólicas cascadas.

Ya no quiere quejarse

Ha exiliado a la hipocondría de su regazo.

Su refugio es ahora la imagen

de los nietos que le serán negados.

O acaso una mascota

Para lamer su pelambre

Y oír la compañía

sin pedir explicaciones.

Nunca hemos hablado lo suficiente

Para comprender nuestros infiernos azulados.

Pero ella cuidó mi infancia y supo desde el principio

El sabor de la enferma savia

que recubría mi cuerpo.

Quizá por eso mamaba sus tetas con fuerza

Carcomía sus pezones, sus blanquecinos pechos

Porque la amaba

Y saltaba y brincaba sobre sus piernas

Como una rana

sin cansarme.

Siempre ha dicho que yo soy la que somete

Cuando le hablo de un poema de Baudelaire

Sobre la relación de los hombres.

Y no deja de contar que nací hermosa

Y que le hablaré de Nietzsche cuando esté enferma

Al borde de la muerte.

Pero he venido a su casa

Hoy no para ofenderla

Sino para darle dicha y descanso.

Cenamos lo que ella aún puede disfrutar

Nada de sal, ni azúcar

Poco picante

Y café sin leche

Porque la lactosa le produce diarrea.

Serenadas bebemos vino chileno.

Sólo una copa.

Mi madre es una mujer que siempre se ha mediado en la vida

A pesar de sus ideas “revolucionarias”.

Quiero que sea feliz

Como si la dicha pudiera durar por siempre

Y le obsequio su regalo preferido:

Flores rojas con olor a muerte.

Cansada las coloca en un jarrón transparente

Y me mira con ojos de Alondra.

¡Te he traído algo más!

Pero no quiero que abras los ojos.

Será como cuando mi hermana y yo

Esperábamos los regalos de navidad.

Se ha vuelto tan obediente

Extiende sus brazos como ave.

Temblorosos

y aún más blancos que en su juventud.

Yo, desenvaino mi regalo:

Un escandaloso y certero disparo en la sien izquierda

El lado de la suerte…

Yelenia Cuervo


1 comentario:

  1. fríamente genial!
    (yo leía a la mía a Isidore Ducasse en su lecho de muerte)

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