abajo
al pie del declive amargo
cruelmente desesperado del corazón
se abre un círculo con seis cruces
abajo muy abajo
como encajado en la tierra madre
pero desgarrado del abrazo inmundo de la madre
que babea
el suelo de negro carbón
es el único lugar húmedo
sobre esta inmensa piedra
y allí
hay seis hombres
uno por cada sol
y un séptimo hombre
vestido de negro y carne roja
encarna al sol más violento
este séptimo hombre
es un caballo
un caballo con un hombre que lo acompaña
pero el caballo
es el sol
no el hombre
a ritmo desgarrador de un tambor y una larga y extraña trompeta
los seis hombres
que estaban recostados
enroscados a ras de la tierra
brotan sucesivos
como girasoles
suelos que giran
lotos de agua
y cada brote
se corresponde con el gong cada vez más sombrío
y contenido
del tambor
hasta que de pronto se ve llegar a todo galope
con una velocidad de vértigo
al último sol
al primer hombre
al caballo negro
y sobre él
un hombre desnudo
todo desnudo
y virgen
después de saltar avanzan describiendo
meandros circulares
el caballo de carne sangrante enloquece
y caracolea sin cesar
en la cima del risco
hasta que los seis hombres
terminan de rodear
las seis cruces
la mayor tensión del rito
es precisamente
la abolición de la cruz
cuando terminan de girar
arrancan
las cruces de la tierra
y el hombre desnudo
sobre el caballo
enarbola
una inmensa herradura
empapada
en la sangre de una cuchillada...
Antonin Artaud, Para acabar con el juicio de Dios, 1947
cuántos rostros se desprenden de nuestro imaginario, vaivenes de imágenes convertidos en fragmentos de recuerdos... de esa localización que Occidente ha situado en el cerebro, pero está en la piel, en el olfato, la lengua
ResponderEliminary la piel en el espíritu
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