¡Ay David! Tú allá, libre, sin peso, sin forma, espíritu, nada. ¡Desgraciado amigo! ¡Te has fugado! Encontraste el coraje en tus últimas pisadas, sobre las que nadie más será tan ligero como tu cuerpo lleno de ausencia. Yo aquí repetiré los ritos domésticos, la vileza gris de mis inmundicias. Toma mi ataraxia como devoción, toma mi mano para enseñarme el camino, convierte esta mirada amenazada por el espanto en polvo sin deudas. ¿Es cierto que Dios ríe a carcajadas? En este universo ya amanece el silencio que se comerá nuestros gritos… lo sé, justo ahora nada te sorprende, empiezas a sonreír émulo divino.
Ciudad de México, 7 marzo 2008
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