Obra maestra

El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra los barrotes, sangra de un solo sitio.
El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza.
Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas.
Con un hijo, yo perdería la paz para siempre. No es que yo quiera dirimir esta cuestión con orgullos o necias pretensiones. ¿Quién enmendará la plana de la fecundidad? Al tomar el lápiz me ha hecho temblar el riesgo del sacrilegio, por más que mis conclusiones se deriven, precisamente de lo que en mi puede haber de clemencia, de justicia, de vocación al ideal y hasta de cobardía.
Espero que mi humildad no sea ficticia, como no lo es mi miedo de dar a la vida un solo calificativo: el de formidable.
en acatamiento a la bondad que lucha con el mal, quisiera ponerme de rodillas para seguir trazando estos renglones temerarios. Dentro de mi temperamento, echar a rodar nuevos corazones sólo se concibe por una fe continua y sin sombras o por un amor extremo.
Somos reyes, porque con las tijeras previas de la noble sinceridad podemos salvar de la pesadilla terrestre a los millones de hombres que cuelgan de un beso. La ley de la vida diaria parece ley de mendicidad y de asfixia; pero el albedrío de negar la vida es casi divino.
Quizá mientras me recreo con tamaña potestad, reflexiona en mí la mujer destinada a darme el hijo que valga más que yo. A las señoritas les es Concedido de lo Alto repetir, sin irreverencia, las palabras de la Señora Única: “He aquí la esclava”… Y mi voluntad, en definitiva, capitula a un golpe de pestaña.
Pero mi hijo negativo lleva tiempo de existir. Existe entre la gloria trascendental de que ni sus hombres ni su fuente se agobien con las pesas del horror, de la santidad, de la belleza y del asco. Aunque es inferior a los invertebrados, en cuanto que carece de la dignidad del sufrimiento, vive dentro del mío como el ángel absoluto, prójimo de la especie humana. Hecho de rectitud, de angustia, de intransigencia, de furor de gozar y de abnegación, el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra.

Ramón López Velarde

3 comentarios:

  1. Me hiciste recordar lo que hace cinco años escribía. Palabras literales:


    “La paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas”
    Ramón López Velarde

    A pesar de todo, de la mala fe, la mala conciencia, el afán mortuorio, la melancolía crónica... la entropía cambia escenarios, fractura ontologías; el desorden establecido en la vida se adueña del sueño. Es bien sabido que nadie enmendará la plana de la fecundidad; es verdad, nacemos entre orines y mierda (o sangre y tripas, según el caso), ¿quién negará el terror que produce el abastecer con más carne al río de la vida?; es verdad, la vida tiene el apelativo de f o r m i d a b l e, ¿pero acaso se necesita tener una bondad infinita para someterse a ella? ¿Una fe continua y sin sombras? ¿Un amor extremo??!! El orgullo es simple (incluido el segundo orgullo), puede matar, convertirnos en dioses, hacernos vivir para los fantasmas (los simples y los compuestos), llenarnos de lástima por una existencia hecha de angustia y vómitos, gritos y susurros... pero es incapaz de explicarnos la bella e inefable insensatez de la procreación. La negación del orgullo nunca es fácil, sin embargo, como todo genuino milagro, irrumpe, rasga el velo de las convicciones; dicha negación recién ha tomado dos formas: Iris y Nicté, mis pequeñas hijas. ¡Sean!

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  2. Y no sólo los hijos propios, los de los otros ¡sean!

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