Comentario a La Memoria es una Columna Vacía. O una columna con huesos fluctuantes, cartílagos flexibles, quebrada en partes que a veces un fémur aparece en el cráneo, una costilla en el talón, una especie de caos organizado.
Voy a intentar recordar lo que te escribí antier, conforme iba leyendo, escribía, y en tus últimos párrafos, me leía, pero no se publicó mi comentario ¿algún conjuro? Ya no será lo mismo porque ya lo leí todo, es como los sucesos para los historiadores, ya saben qué final tendrá, no se puede decir "voy a la guerra de Cien Años". Si viéramos nuestra vida después de muertos, ya no habrían tantas sorpresas más que las de los recorridos intelectuales para detenerse en lo que no se podría ver, porque no había la distancia suficiente para convertir la experiencia en un objeto de estudio o juego intelectual-estético.
En el espanto de lo ocurrido en la vida, se está muy cerca, tanto que no es posible acomodarlo en algún lugar de la memoria que se pueda soportar. Parece que nuestra psique tiene sus dispositivos de sobrevivencia, que convierte los recuerdos dolorosos en un bloqueo, imágenes intermitentes o somatizados en el cuerpo, fragmentados, sin esa secuencia narrativa, menos lógica o con un principio y un final como la prosa novelada. Las experiencias traumáticas podemos acomodarlas, pero la socialización da la magnitud, de hecho podríamos tolerar los traumas si sólo fuera eso, pero ni el cuerpo puede aislarse aun cuando la especialización médica se fascine por el mundo micro o nano. La vida es representación y creación, inventa sus performances, como ese milenario afán religioso de la cultura Occidental por buscar el origen en la figura del "yo", ha construido expresiones estéticas trágico-heróicas y la melancolía de su derrotero. Origen, tierra, útero, la búsqueda de esencias en el yo, inventan sus mitos de trascendencia, el más acá o el más allá, lo factual o lo ficticio. No hay ningún "yo" desprovisto del lenguaje, más aún, del juego del lenguaje articulado con los otros que nos constituyen desde hace miles de años y nos hace reconocer al vecino. El yo, superyo y sus variantes freudianos, extendieron la figura prometeica de un sujeto trascendental, actuante, vigoroso, masculino, el Estado. Por cierto, los casos que cita el autor no son tan ordinarios, son especialistas escénicos, ¿y la gente ordinaria? por ejemplo, esas madres que se levantan a las 4 de la mañana para llevar en camión a su bebé envuelto en cobijas a la guardería, porque su turno laboral empieza a las 5 de la mañana. Bueno, dirán "qué dramática", es el drama de millones de mexicanos, citaré otros más cercanos a este medio, por ejemplo, recuerdo a una alumna que para tomar la clase de las 7 de la mañana en la universidad tomaba tres camiones porque vivía en un pueblo cercano y estaba embarazada, además era la mejor alumna del grupo. ¿Cómo serán sus recuerdos? ¿su performance?
El espanto se va disolviendo en su dureza del impacto, en esas operaciones cotidianas que aligeran la intención, lo repetitivo de las funciones naturales del cuerpo, que se hacen sin darnos cuenta en la vida coridiana, qué descanso.
Graciela Manjarrez
Voy a intentar recordar lo que te escribí antier, conforme iba leyendo, escribía, y en tus últimos párrafos, me leía, pero no se publicó mi comentario ¿algún conjuro? Ya no será lo mismo porque ya lo leí todo, es como los sucesos para los historiadores, ya saben qué final tendrá, no se puede decir "voy a la guerra de Cien Años". Si viéramos nuestra vida después de muertos, ya no habrían tantas sorpresas más que las de los recorridos intelectuales para detenerse en lo que no se podría ver, porque no había la distancia suficiente para convertir la experiencia en un objeto de estudio o juego intelectual-estético.
En el espanto de lo ocurrido en la vida, se está muy cerca, tanto que no es posible acomodarlo en algún lugar de la memoria que se pueda soportar. Parece que nuestra psique tiene sus dispositivos de sobrevivencia, que convierte los recuerdos dolorosos en un bloqueo, imágenes intermitentes o somatizados en el cuerpo, fragmentados, sin esa secuencia narrativa, menos lógica o con un principio y un final como la prosa novelada. Las experiencias traumáticas podemos acomodarlas, pero la socialización da la magnitud, de hecho podríamos tolerar los traumas si sólo fuera eso, pero ni el cuerpo puede aislarse aun cuando la especialización médica se fascine por el mundo micro o nano. La vida es representación y creación, inventa sus performances, como ese milenario afán religioso de la cultura Occidental por buscar el origen en la figura del "yo", ha construido expresiones estéticas trágico-heróicas y la melancolía de su derrotero. Origen, tierra, útero, la búsqueda de esencias en el yo, inventan sus mitos de trascendencia, el más acá o el más allá, lo factual o lo ficticio. No hay ningún "yo" desprovisto del lenguaje, más aún, del juego del lenguaje articulado con los otros que nos constituyen desde hace miles de años y nos hace reconocer al vecino. El yo, superyo y sus variantes freudianos, extendieron la figura prometeica de un sujeto trascendental, actuante, vigoroso, masculino, el Estado. Por cierto, los casos que cita el autor no son tan ordinarios, son especialistas escénicos, ¿y la gente ordinaria? por ejemplo, esas madres que se levantan a las 4 de la mañana para llevar en camión a su bebé envuelto en cobijas a la guardería, porque su turno laboral empieza a las 5 de la mañana. Bueno, dirán "qué dramática", es el drama de millones de mexicanos, citaré otros más cercanos a este medio, por ejemplo, recuerdo a una alumna que para tomar la clase de las 7 de la mañana en la universidad tomaba tres camiones porque vivía en un pueblo cercano y estaba embarazada, además era la mejor alumna del grupo. ¿Cómo serán sus recuerdos? ¿su performance?
El espanto se va disolviendo en su dureza del impacto, en esas operaciones cotidianas que aligeran la intención, lo repetitivo de las funciones naturales del cuerpo, que se hacen sin darnos cuenta en la vida coridiana, qué descanso.
Graciela Manjarrez
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