Ternura repulsiva

Primera escena

Había tres ratas en la casa de una maestra amiga mía, las ratas no eran repulsivas, todo lo contrario, eran “tiernas”, me producían una sensación de indefensión, de desamparo, le preguntaba a mi amiga por ellas, pero, acto inmediato, ella iracundamente aplastaba a una que parecía más bien un pequeño pollito (aún recuerdo la imagen: la rata bocarriba, exponiendo su suave panza rosada a un objeto contundente), después ella afirmaba que la había matado, las otras dos escapaban. Mi maestra me comentaba que hubo un tiempo en que su casa estaba llena de ratas, que formaban una alfombra en todos los pisos, y que no había forma de pasar sin pisarlas…


Segunda escena

Mi amiga, sentada en una silla, tiene la mirada perdida en el piso, parece muy preocupada. Le pregunto si siente bien, ella alza la cabeza, reacciona, y me dice que sí, que está muy bien. Yo intuyo que nunca había matado a nadie, que era la primera vez que lo hacía y que a pesar de tener justificaciones racionales su cuerpo resentía una culpa vital.


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