La última cena

En la vida cotidiana no se han dado grandes cambios, he aquí un gran misterio, ha sido en el alma donde el paisaje se ha tornado apocalíptico después de haber sido un jardín sufí. Escucho estallidos de hombres y mujeres bomba a mi alrededor, vuelan los pedazos, se forman ríos de sangre en las calles ennegrecidas por el estiércol no recogido de gnomos deformes, veo los cielos abrirse para hacer llover culpas que debo sembrar en el corazón, abrir el pecho y servir ahí lo que cada día es una “última cena”. Estoy casi ciego de desvelo, a mitad de la madrugada tengo los ojos abiertos al vacío, el cuerpo eriza sus fronteras, padezco escalofríos y dolores de cabeza, mis pobres ojos están entintados con el rojo característico del pecado, mis ojeras se ennegrecen cada mañana. Frente al odiado espejo descubro nuevos tumores existenciales y la imagen que soy yo es tan detestable que tengo que tapar la boca y frenar en la garganta el vómito.

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