Apuntes en torno a la “vida” y al aborto

Por: José T. Mendoza Hernández

Al elegir a los amigos

hemos de cuidar de tomar a los menos manchados;

el principio de la enfermedad es mezclar

los sanos con los enfermos…

Séneca

Dados los problemas políticos y sociales que se han desarrollando en los últimos días en nuestro país, es necesario replantearse, o más bien, recordar en qué consiste la “vida humana” desde una visión ética y un tanto estructuralista. Asunto, éste último, que parece haber sido olvidado por algunos sectores y personajes políticos y sociales, quienes recorren, cual espectros amenazantes, los discursos utilizados por nuestro sistema político. Para ello, basta analizar los discursos totalitarios y, en veces, fascistas, que utilizan nuestros tan asediados políticos de la “derecha radical” y no pocos de la “izquierda” o de lo que alguna vez fue la izquierda en México.

Comencemos, pues, por recordar que la “vida humana”, desde una postura materialista, es fundamento absoluto, en cuanto contenido, de la pretensión de bondad de todo acto humano. Entonces, todo acto humano, máxima, institución o sistema, puede ser considerado éticamente bueno si afirma o desarrolla algún aspecto de la “vida humana”. Más aún, ningún acto éticamente humano puede dejar de tener en cuenta ese principio universal. Por ello, queremos criticar los formalismos, los racionalismos y el cinismo desmedido de la razón instrumental por no incluir entre las condiciones de la moralidad, la afirmación de la “vida” y, fundamentalmente, sin caer en posturas antropocéntricas, a la vida “humana”.

Actualmente hay grupos que toman la vida como criterio de moralidad, pero la toman parcialmente, para solucionar un solo caso y de manera igualmente unilateral. A esto le llamaremos técnicamente una “falacia reduccionista”. Así, estos grupos y sociedades reducen el tema a una de sus posibilidades, dejando de lado todo lo otro que también les corresponde. Tomemos algunos ejemplos para entender la cuestión.

Si una honesta y ejemplar tejedora, pastora, madre y abuela de gran familia, indígena, de sexo femenino, en su edad de extrema dignidad por estar en su senectud, como diría el filósofo Séneca, es violentamente atacada, violada y muerta por un grupo asesino, ¡se ha atacado a la vida humana! Tal acto no podrá pretender ser bueno. Es, pues, por naturaleza perverso, injusto y reprobable.

Si a millones de trabajadores o empleados del Estado se les pone en riesgo los fondos de su retiro, aquello que con miles de horas de trabajo han logrado objetivar en bienes a través de sus aportes que, mes tras mes y durante años han acumulado, dejando a discreción de un capital privado cuya función es ponerlos a generar intereses para el Estado. Si esta empresa paraestatal se declara o, como se ha hecho en estos últimos días, es declarada de un modo fascista y con absoluto abuso de poder, en quiebra, tal acción es “matar” o disminuir cuantitativa y cualitativamente las posibilidades de “vida” de esos hombres y mujeres. Máxime, porque la pobreza, toda pobreza sin distinción es menos-vida, peor-vida, acortar-vida. Tales actos ¡atacan la vida humana!

Intentar privatizar un bien del pueblo, como ha sucedido con Luz y Fuerza del Centro, cuyos ingresos permiten usufructuar una riqueza que ayuda o que en teoría política “debería” ayudar a mejorar la salud, la educación, la felicidad y longevidad del pueblo, es poner en riesgo la “vida” de millones de hombres y mujeres, y restringir a que esos bienes sean usados por unos pocos mexicanos y, lo peor, por extranjeros. Basta con voltear a ver a los más de 10 000 habitantes de Nuevo Necaxa, en la sierra norte de Puebla, región que nació y es ahora cuna de la compañía de Luz y Fuerza del Centro y cuyos habitantes han sido abandonados a su suerte. (Cf. Revista Proceso, N° 1721, 2009) Eso es ¡negar la vida humana!

Entregar la educación de los hijos a una enseñanza pública controlada por unos cuantos, y a los medios de comunicación, que son como una segunda escuela del pueblo. Es decir, entregar la educación básica a manos de aquellos que toman esos sectores tan esenciales de la “vida” humana para fines gremiales, espurios o de simple ganancia económica es, nuevamente, ¡atacar la vida humana!

Obligar a una niña violada a que dé a luz el hijo, fruto de una violación, no ayudando en la educación de éste ni haciéndose cargo de tantos efectos negativos que sufre la joven madre, atenta de muchas maneras contra la “vida” y la dignidad de ésta última. En primer lugar, porque el machismo de nuestro medio no hace responsable del acto al “padre soltero”. En segundo lugar, porque toda pretensión de bondad de un acto exige un pleno y autónomo consenso, una libre determinación del agente moral. Nadie, ni el juez ni ninguna institución, por más sagrada que ésta sea, y menos la fundada por Jeshúa de Nazaret, que instituyó la inviolabilidad como última instancia de la conciencia moral de la persona, puede pretender suplantar o decidir por el actor ético. La mujer y el varón, éste último como co-responsable de la decisión que tome la mujer, en cuyo cuerpo se engendra el nuevo ser humano son, como decimos, la última instancia ética de la decisión y pueden ser juzgados por haberla adoptado, pero nadie puede ocupar su lugar. Se les puede dar consejos, se puede pretender proclamar reglas o leyes públicas a través de discursos u homilías mal fundamentadas y argumentadas, pero la instancia subjetiva es la definitiva, pues en esto último consiste la autonomía del individuo.

Por otra parte, la vida de la madre viene primero; después la del hijo. Es una cuestión de vida o muerte, y encarar directamente la muerte de uno de ellos estaría en contra del principio material, por su contenido. Claro que, en concreto, los principios pueden entrar en conflicto (la vida de la madre y del hijo/a), y hay que saber discernir entre ellos, darle a uno prioridad sobre el otro, en la complejidad casi infinita de los casos empíricos. No entramos aquí a describir la cuestión, sino a indicar los principios. Es un caso donde la “vida” nuevamente es criterio de discernimiento y fundamento de justificación de los actos.

Por ello, los movimientos o asociaciones que dicen ser “pro-vida”, lo que en sí mismo es muy positivo, deberían advertir que dicho principio, a saber, la afirmación de la vida humana, juega una función fundamental en toda la ética, la política, la economía y en todos los campos prácticos. Veamos, por último, un ejemplo económico.

Karl Marx muestra que el trabajador emplea muchas horas de su “vida” para producir mercancías. El “valor de cambio” para Marx era expresado metafóricamente por la sangre, como coágulo de sangre. El valor económico de las mercancías, que aparece en el mercado como precio, es objetivación de “vida” humana. Cabe recordar que, para el pensamiento semita de aquel Marx de familia judía, la “sangre” era la “vida”, y por ello Feuerbach dijo que la esencia del cristianismo era “beber y comer”: beber la sangre del Cordero y comer su carne en la Eucaristía, para escándalo de marxistas estándar y cristianos conservadores. Dice el libro del Eclesiástico (34, 27) de la Biblia judío-cristiana: “Quien no paga el justo salario derrama sangre”. Por ejemplo, ante el reciente aumento aprobado por el senado de la república, en donde se avala el aumento directo del 1% al IVA, incluido la canasta básica cuyo fin, según Schopenhauer, es la afirmación a la voluntad del vivir del ser humano. Para poder vivir, el pueblo de los pobres “muere” de alguna manera, cuando no se sacia el “hambre”, como dice Ernst Bloch, el sujeto es atacado en su sobrevivencia por la injusticia. Espero que los movimientos “pro-vida” hayan colaborado con los que se manifestaron por dicho aumento en semanas recientes.

En conclusión, cuando se habla de la “vida humana” como criterio ético y principio que fundamenta la pretensión de bondad de todo acto, no se debe reducir a un aspecto de la vida, sino usarla en toda su universalidad como justificación de la justicia en economía, en política, en cuestiones de género y hasta en el deporte. En fin, en todo acto humano.

Apuntes y reposcionamiento al texto original de Enrique Dussel, publicado en el periódico La Joranada el 20 de abril de 2007.

2 comentarios:

  1. José, es interesante tu texto, quizá el estilo, a mi gusto, demerite algunas tesis, no sé... a veces suenas "tronante" como profeta bíblico, otras pareces más mesurado...
    Pro otro lado, son demasiados frentes los que quieres abordar en tan pequeño texto, esto suscita la suspicacia: ¿se tratará de una exhortación "domincal" (por decirlo así)?
    Tu postura es muy transparente, quizá demasiado, por eso me pregunto ¿en los múltiples asuntos que traes a cuento se puede llegar a certezas tan finas?

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  2. Coincido en que es un buen texto, pero creo que resulta demasiado dependiente de Dussell. De hecho, parece que calca su(s) posición(es), con el mérito de que escribe mejor que éste. El aspecto "dominical" es sintomático tanto del origen teológico de su pensamiento -por más que insista en que él es muy racionalista y en que ha secularizado a sus predecesores, conserva un espíritu netamente evangélico- como del hecho de que se está hablando de ética desde un punto de vista normativo. Esto es lo que puede resultar chocante en la familiarización con este pensador, pero nótese que, aunque habla desde la ética y a veces desde la ontología, su liza es en el campo de la política, al cual, es cierto, busca desinstitucionalizar o refundar, anclándolo, por decirlo así, dentro de un espectro más amplio que, consciente de intereses más apremiantes, limite y oriente la autocracia que le caracteriza. Irónica, sardónicamente, pareciera que la falta de (verdadero) gobierno es peculiar al campo de la política, y quizá esta acracia significaría la condición de posibilidad de la libertad -aquel sueño de la autodeterminación humana (esa “historia infinita”) por medios deliberativos de, por y para la comunidad-, si no fuera porque adolece de un mal estructural, que torna las posturas allí existentes en expresión del conflicto social: el que se da entre múltiples diferencias e identidades colectivas(a veces de formas culturales arcaizantes), así como de aquel que tiene la misma sociedad (¿cuál sociedad? La de animales vivos, y la de éstos con los animales muertos) con el modo de organización crematística a que le fuerza el capital. Entonces, si el campo de la política expresa coyunturalmente intereses en conflicto estructural, no poder soportar el aborto de esa sociedad no tan imaginaria de animales vivos y muertos -y la imaginada de ambos éstos con su hábitat y consigo mismos- justifica la intervención definida en el campo de la política. Personalmente encuentro que ese tipo de razonamientos, con que nos desplomamos lejos del tópos hyperouráneos hasta la prisión de lo forzoso, cuando incita a la acción congruente, marca el carácter polémico de los pensadores, y los puede hacer entregarse a una búsqueda, casi desesperada, por criterios últimos.
    Creo que mi texto es igualmente multifronte y aún más breve.
    Parafraseando al sabio Quino, el asunto es evitar que “lo urgente no deje tiempo para lo importante”.

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